Los migrantes y la culpa

Para empezar: a nadie se le piensa atribuir culpa alguna. El tema es de una delicadeza mayor y me tocará procurar de armar las frases con precisión quirúrgica para así no darle campo a malentendidos. Planteémos la siguiente pregunta: ¿como, siendo latinoamericano, posicionarse frente a la violencia que le ha dado orígen a lo que hoy es el continente? 

Entrevistando a Lecko Zamora, wichí (fot. Maira Martínez)

América es un largo camino de los indios, escribió Atahualpa.

Para ser más claro: siendo uno descendiente de europeos y criollos, o de europeos únicamente, viviendo en un territorio que tiempo atrás —hace menos de 100 años en el Chaco y Formosa, unos 150 años en la Patagonia o La Pampa, no mucho más en la misma provincia de Buenos Aires; hoy mismo en caso de Chaco paraguayo— fue arrebatado a sus antiguos dueños con un saldo de miles de muertos y una crueldad ejemplar, y por ende: aprovechándose de aquellos atropellos históricos, ¿cómo uno se posiciona frente a eso?

Hay quienes hablan de culpa, como Palmira Van der Linder en su poema que citaré más adelante, pero ¿de qué culpa estaríamos hablando? Si no se trata de una realidad elegida, más bien impuesta, pues un día naces y te dicen: vivimos en el Nuevo Mundo, un territorio robado recientemente al pueblo tal.

O, mejor dicho, no te lo dicen, no te dicen nada al respecto, sino que vos tranquilamente transitas tu camino de la vida, y a eso de 20, 30 o quizás más años de edad te enteras de una verdad poco pacifica. Algunos la rechazan o subestiman. Otros la trasladan a los demas ("es culpa de los europeos" dicen, olvidándose de que precisamente los europeos que quedaron en Europa no tienen mucho que ver con el asunto, a no ser muy indirectamente, a diferencia de ancestros de los actuales habitantes del continente). Otros la aceptan, la mastican, la tratan de digerir y se preguntan: y ahora, ¿que carajo hago?

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Y estoy seguro que en algún momento de la vida te has hecho o te harás ésta pregunta. Es inevitable.

Ellos [los indios] son estas cumbres y aquel valle — prosigue Atahualpa Yupanqui.
Y esos montes callados perdidos en la niebla
Y aquel maizal dorado.
Y el hueco entre las piedras, y la piedra desierta.
Desde todos los sitios nos están contemplando los indios.

Por eso es que ésta pregunta lo estará persiguiendo a uno sin piedad. Uno tendría que estar cerrando con mucha fuerza sus ojos, para no verla, pues ella está por todas partes: en la piedra desierta, las cumbres, o el mismo vocabulario.

Hasta yo la presentí desde el principio de mi viaje por el continente. Y ésta gente, me decía, ¿qué hace con la verdad histórica, qué hace con su identidad? En el sentido: guau, y con todo respeto, les ha tocado una tarea identitaria de nivel recontra avanzado. Es que no es facil posicionarse en todo éste meollo y quedar tranquilo, pienso.

Palmiera Van der Linder de Choele Choel lo ve de la siguiente manera:


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Alguien colonizó la tierra que tanto quiero
Y la poblaron de gringos: todo tipo de extranjeros
Matando la raza nuestra, al indio manso y sereno
Que por falta de armadura perdió todo allá en su tiempo.

Y aquel colonizador que mató a mansalva nuestro
Para rendirle homenaje hoy le hacen un monumento
Y todos decimos conformes que lo que brilla en el cerro
Es el monumento a Roca, el valiente de la campaña del desierto.

Yo diría ese valiente que con un grupo guerrero
Vino y ultrajó las chozas del indio que tanto quiero.
Porque no es cierto que el indio fue salvaje y pendenciero:
Así, así lo hicimos nosotros, distinguídos extranjeros
Que le robamos lo suyo y le tronchamos sus sueños.

Y yo que tengo una raza netamente de europeos
Creanme que siento culpa,
Sí, hasta creo que me avergüenzo.

Y yo les pregunto a ustedes: ¿qué piensan de todo ésto?
¿Ustedes limitarían a esa raza de aquel tiempo
A vivir en esos campos estériles y desiertos,
Mientras disfrutan tranquilos de todo lo que fue de ellos?

Y es por eso que les pido: quieran al paisano nuestro,
Que aquel indio que habitó el Choele Choel que hoy tenemos
Seguro que entreveró su raza con extranjero
Y todo lo que tenemos, seguro, se lo debemos.

(El subrayado es mío.)


Palmira habla de culpa. Vive, pues, en el fértil valle de Río Negro, que, al igual que las zonas de precordillera neuquina, abundantes en agua y pasto, fue "limpiado" de sus antiguos habitantes quienes fueron o directamente matados, o trasladados al norte del país como mano de obra semiesclava (hombres en los cañaverales tucumanos, mujeres como servicio doméstico en las casas porteñas de gente "bien"), o mudados a tierras áridas, estériles, inhóspitas. Ahora no son ellos, sino Palmira quien se beneficia del agua abundante y clima benévolo de la isla grande de Choele Choel.

Pero, cuando mucho, podríamos hablar de una culpa histórica, pues no fue Palmira misma quien llegó a Choele a sacar de ahí los paisanos a sangre y fuego.

Podríamos hablar quizás de una culpa de cómplice, o de quien ve la injusticia, pero no reacciona.

Está bien, se dice, pero es una injusticia ya pasada, vencida ya. Ya pasó. O: si bien se sigue atropellando los derechos de los pueblos originarios, de la misma manera se atropella los de las mujeres, de la gente de piel oscura, de las identidades de género no hegemónicas.

¿Acaso ésto justifica dichos atropellos?

O, dirán también: es imposible devolverle toda Argentina a los wichíes, a los mapuches, a los diaguítas. ¿Dónde, pues, iríamos nosotros? O: no se la vamos a devolver, porque éstos que se dicen hoy indígenas, ya no lo son, ya están mezclados.

¿Acaso por voluntad propia?

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Y es que esa pregunta, qué carajo hago con la verdad histórica, como me posiciono, quizás no tiene solución alguna. O, por lo menos, no tiene una solución universal que se podría inscribir en los libros escolares de historia y enseñar con toda tranquilidad a todos coterráneos.

No hay respuesta. Queda, por lo tanto, la pregunta, que hiere, que incomoda, que insiste, que da punzadas constantes, como para acordarnos de su existencia.

Y esas punzadas, esas insistencias, a muchos los hacen viajar. Viajar en búsqueda de una respuesta propia, personal y única.

Pancho salió a viajar con ésta pregunta, justamente. Lleva varios años y aún no tiene respuesta definitiva

Pancho de Santa Fe cuenta de un viaje a Bolivia. Estando él dentro de un colectivo, un joven colla agarra la piedra y la tira directamente hacia Pancho. La piedra rebota del vidrio, pero Pancho se queda con la pregunta en la cabeza: "Sentí que ésta piedra era para mi", dice. La piedra-pregunta, piedra-incomodidad que le hace reflexionar al descendiente de europeos: ¿qué estoy haciendo yo en éste continente?

Palmira Van der Linder, la de Choele Choel, recorrió Argentina encontrandose con la gente sencilla, criolla, local: con pescadores de Entre Ríos, mineros de San Juan, pastores de los Andes. ¿Acaso no buscaba confundirse con ellos y así sentirse parte del continente, de lo local, y no de lo de afuera? Dice sobre sí mismo que tiene "una raza netamente de europeos", sin embargo, cuando al principio del poema habla de "la raza nuestra", no habla de los blancos.

Y tantos más que viajan a Bolivia, a Perú, a Jujuy, a Catamarca. ¿Por qué no a Santa Fe, a las costas de Chubut o a Colombia? ¿Qué estarían buscando en las comunidades de Altiplano, maravillándose con la cultura aymará? ¿Que esperan encontrar en los Valles Calchaquíes entre los diaguítas?

¿La respuesta?

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El documental Codicia de Jörg Seibold empieza con la frase de Ernest Becker: La idea de la muerte, el miedo a morir, persigue a esa criatura llamada ser humano, como ninguna otra cosa. Más adelante Sheldon Solomon, uno de los entrevistados, lanza la frase que parece ser la clave para la vida: Cuando hagas paces con la muerte, todo es posible. Es una tarea pendiente que cargamos todos quienes vivimos en ésta tierra.

Pero parece ser que en algunas partes del mundo esa carga tiene un peso adicional. En Alemania cada quien a su manera se posiciona frente a la historia del holocausto. También en Polonia, quizás en menor medida, pero sí, tuvimos nuestras cárceles donde se torturaba a los nacionalistas ucranianos y bielorrusos quienes luchaban por independizar sus respectivos países en los principios del siglo XX. Me tengo responder la pregunta: ¿acaso mi bienestar no se ha construido a costa del sufrimiento ajeno, a costa de los vecinos del este? Por fin, en América Latina, y parafraseándolo a Sheldon Solomon, se diría: recién cuando hagas paces con el complejo pasado de la conquista, recién ahí todo es posible.

O, como escribió en un contexto parecido Carlos Martínez Sarasola: entonces, solo entonces, habremos recuperado realmente nuestra verdadera cultura. La cultura y la tranquilidad. La paz interna, quizás.

Desde todos los sitios nos están contemplando los indios —dice Atahualpa.
Desde todas las altas cumbres nos vigilan.
Ha engordado la tierra con la carne del indio.

Su sombra es centinela de la noche de América.
Los cóndores conocen el silencio del indio.
Y su grito quebrado duerme allá en los abismos.
Dondequiera que vamos está presente el indio.
Lo respiramos. Lo presentimos andando sus comarcas.

Quechua, aymara, tehuelche, guarán o mocoví.
Chiriguano o charrúa, chibcha, mataco o pampa.
Ranquel, arauco, patacón, diaguita o calchaquí.
Omahuaca, atacama, tonocotés o toba.
Desde todos los sitios nos están contemplando los indios.

Porque América es eso: un largo camino de indianidad sagrada.
Entre la gran llanura, la selva y la piedra alta.
Y bajo la eternidad de las constelaciones.
Sí. América es el largo camino de los indios.
Y desde todos los sitios nos están contemplando.




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Comentarios

  1. Conocí el blog, a través del documental "Soy Paraguayo" y sinceramente hace mucho tiempo no leía algo con tanta calidad y pulcritud de ideas. Me gusta que en el post hayan mas preguntas que respuestas. Esa humildad, por llamarlo de alguna manera, con la que estas viajando, realmente inspira.

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