La gran migración europea, Rodolfo Kusch y los viajes

Cuando por primera vez me preguntaba: ¿por qué el argentino viaja?, la intuición apuntó de inmediato al pasado migrante de muchos de los argentinos. La segunda idea giró alrededor del tan citadino deseo de volver al contacto directo con la naturaleza: una causa que resultaría quizá poco original desde el punto de vista de una Europa urbanizada, pero que sí, toma su importancia dentro de América Latina con su población generalmente más rural que en el caso de Argentina. Ya durante el trabajo de campo la primera respuesta que no me esperaba —y que apareció en una de las primeras entrevistas con las viajeras y con los viajeros argentinos— fue la expresa necesidad de formar parte de un grupo, la búsqueda de comunidad.

Ahora que esas tres cuestiones —la migración, la naturaleza y la comunidad— me invadieron desde las páginas de la célebero obra de Rodolfo Kusch "América profunda" del 1962, no hubo de otra que sentarme por fin y escribir algo al respecto. Si bien el labor documental que estoy llevando acabo se centra en el formato audiovisual, no estaría demás un registro escrito de reflexiones, apoyado por los logros teóricos de las ciencias sociales. Pues si hasta ahora temía que quizás mis intuiciones acerca de las causas por las que viaja el argentino pudieron parecerme demasiado mías y demasiado intuiciones, ahora, con el respaldo del fallecido hace cuatro décadas antropólogo argentino, puedo escribir tranquilo.

En la entrevista con Matías de Resistencia escuchamos bastante sobre la búsqueda de lo "real" y lo "natural", pues no por nada Matías no se hace llamar Matías sino el "Puma del Monte Chaqueño". En su linaje, como es de esperar, cuenta con ancestros de Europa Central

Comencemos por la cuestión migratoria

"[El inmigrante] adquiere su criollismo mediante una Argentina de bandera y escudo, pero sin contenido" — dice Kusch.

Cuando en la segunda mitad del siglo 19. las oleadas de italianos y españoles inundan Argentina, se procuraba una asimilación posiblemente rápida, es decir: convertir rápidamente los europeos en argentinos. Y ojo que estamos hablando de números importantes: se estima que solamente entre 1857 y 1940 a Argentina llegaron 7 millones (!) de migrantes. Para comparar: la población del país para el año 1895 apenas sobrepasaba 4 millones solamente.

Ahora bien: convertir los europeos en argentinos, o sea: ¿en qué exactamente? Los intelectuales de la época, como Domingo Faustin Sarmiento —el célebre padre de la educación argentina, además de racista y europocentrista a más no poder— proponían una Argentina parecida a Estados Unidos o a Francia; sin negros ni indígenas, moderna (anda saber que quiere decir "moderno"), democrática y enfocada en el progreso y desarrollo económico.

"Pero es indudable que el progreso ilimitado —esta y todas las demás frases citadas provienen de Kusch— el afan de hacer un gran país a partir de industrias creadas de la nada, y de una dinámica social sin pasado, tenia que entrar en contradiccion con el hombre mismo. Se repitió el mismo error de Occidente y se creyó que el hombre no es más que lo que produce. ¿Se pensó en la Argentina [...] qué es el hombre, antes de ser un ciudadano comprometido con los objetos?"

En otras palabras: a los inmigrantes se les ofreció el pasaporte, la tierra (a algunos) y una visión de un rápido progreso material, sin embargo: todo eso sin el menor respaldo espiritual o filosófico que le posibilitara al inmigrante verdaderamente creer en lo que estaba haciendo a la larga, y sentirse seguro con ello.

"Recien entonces [tras la oleada migratoria], la Argentina pampeana adquiere la dinámica de una experiencia intelectual, en la que se adosan los principios teóricos a una vida que carece de
respaldo. El objetivo era la economía liberal, la bolsa de comercio, la democracia, todo ello como apariencia de vida, casi como gimnasia vital."

Pero, ¿y las cuestiones como el bien y el mal, dios, alma o muerte?

En su amplio ensayo Kusch muestra el contraste entre dos visiones del mundo: la occidental e urbanizada, encerrada en la seguridad de las murallas de la ciudad, que comenzaría en la antigua Grecia y que duraría y evolucionaría —con la excepción de la Edad Media— hasta hoy. La segunda visión es la rural, la que mantiene un contacto contínuo con la naturaleza, la que esta expuesta también al granizo, a la sequía o el diluvio, y la que Kusch identifica con la cosmovisión indígena de las Américas. Por supuesto que el mundo rural latinoamericano no es el único mundo rural en éste planeta. Lo característico, sin embargo, sería que las Américas han sufrido una imposición forzada de la visión del mundo ajena: un cambio cultural que no se produjo espontáneamente, sino se dio por las razones del fuego y la espada.

El punto de partida para Kusch es una cuestión a la que hoy en día se le niega importancia: la religión. (Y ojo: muchas veces se la niega la importancia solamente de boca para afuera. Pues tantas veces las mismas personas que nos aseguran su ateismo, al mismo tiempo nos quieren explicar la vida a través de horoscopios, astrología o reiki: pues aparentemente, conscientes o no, siempre tendemos a buscar un más allá.) Kusch analiza a profundidad las creencias de los quechuas del viejo Imperio Inca. Se haría más bien dificil resumirlo todo en éste corto artículo, pero en pocas palabras se trata de una visión dual del mundo donde el hombre se relaciona tanto con el bien como con el mal, buscando a su vez un equilibrio universal, y tratando de conseguir —transando con las divinidades "buenas" y "malas" (a modo de anécdota Kusch menciona que en algunos rincones de los Andes peruanos se venera al diablo como al hermano de Jesucristo: un vivo ejemplo de las antiguas creencias implantadas a la fe cristiana)— para que en los campos brote más bien maíz que la maleza; que en vez de sequía nos vengan lluvias; en vez de hambre — la abundancia. El antropólogo vincula ésta manera de ver la vida con el continuo contacto con la naturaleza que conservan las poblaciones andinas en específico y rurales en general. En el plano personal habla de un mero estar, y de la comunidad que importa más que el individuo.

En cambio, para Kusch las sociedades urbanas se isolan de la naturaleza: del granizo y de dioses, y construyen su propio mundo, donde los dioses son lon ingenieros, los médicos y los científicos: es un mundo de maquinarias y objetos que sustituye al mundo natural. La religión de éste mundo citadino y técnico deja de ser religión como tal y se transforma en una especia de ejercicio espiritual dentro de una moralidad dada. Pero la moral rechaza una visión dual del mundo en la que el mal coexistía pacificamente con el bien, lo limpio con lo sucio, lo feminino con lo masculino (en específico entiendo que por ejemplo la menstruación no estaba ahí rechazada e invisibilizada como algo "sucio" o "malo", sino parte de un equilibrio natural). Desde aquí en adelante "el bien" es lo único aceptado, mientras que "el mal" esta condenado al rechazo. Por supuesto que éste rechazo de conductas o puntos de vista lleva a la frustración de numerosos individuos. Y hablando de individuos: ésta vez ya no estamos en un mundo del mero estar: con la comunidad y con la naturaleza. Ahora lo que importa es el ser, el individuo, y no solamente ser, sino: ser alguien.


Javier recorrió el continente grabando los músicos locales que quieran juntarse a su disco. En una de sus canciones más emblematicas canta: "Escapate de la ciudad a encontrarte con el mundo natural"

Ahora: cuando estas dos visiones del mundo se encuentran de manera forzada, podemos esperar —creo yo— por lo menos cinco clases de reacciones.



Una: los buenos ciudadanos

La primera actitud esperada, y en el mismo tiempo: la que durante los últimos doscientos años ha intentado imponer la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos, es la dominación total de la visión urbanizada u Occidental, fortalecida además con un profundo desprecio para todo lo latinoamericano, rural o local.

Kusch lo llama "pulcritud" y lo enfrenta al "hedor" de América.

"Y el hedor de America es todo lo que se da mas allá de nuestra populosa y comoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios, que debemos tomar para ir a cualquier parte del altiplano y lo es la segunda clase de algun tren y lo son las villas miserias, pobladas por correntinos, que circundan a Buenos Aires."

Y más adelante:

"La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni procer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser exterminado. Si el hedor de América es el niño lobo, el borracho de chicha, el indio rezador o el mendigo hediento, será cosa de internarlos, limpiar la calle e instalar baños públicos. La primera solución para los problemas de América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud."

Vale comentar que no es ésta una actitud típicamente latinoamericana. En Polonia, especialmente en la década de los 90. y en los primeros años del siglo XXI, en la narración común de la sociedad urbanizada todo lo rural "apestaba".

Entre los primeros entrevistados del proyecto "¿Por qué el argentino viaja?" está Natalia de la ciudad de Santiago del Estero quien abiertamente expresa el poco aprecio que le tiene a los morochos que habitan su provincia y no comparte la tan argentinmísma costumbre de tomar mate ya que considera antihigiénico lo de pasarse la baba en la bombilla de boca en boca. Cree, en cambio, que viviría mucho mejor en Miami. Éste sueño, dificultado por cuestiones legales y migratorias, no se ha llegado a cumplir aún, sin embargo Natalia pudo hacer realidad algunos sueños menores, como el de visitar Londres y otras grandes urbes de Europa Occidental. Y ahí está justamente uno de las razones por las que el argentino viaja: para conocer Europa, la Europa de los postales, de torre Eiffel y iglesias barrocas; el continente donde —según se cree— las ciudades están mejor organizadas, la gente vive bien y todo es limpio y pulcro.

Natalia de Santiago del Estero

Me encantó la sinceridad de Natalia: una sinceridad a los que muchos que piensan como ella no se suelen valer. Me impresionó cuando con claridad explicaba las causas de su visión del mundo y como la aumía. —Desde pequeños —dice— nos muestran dibujitos de Disney, nos alimentan con películas hechas en Londres, París y Nueva York. Y bueno, yo ahora quiero ver Disneyland, Nueva York y Londres.

Y sí, es lo más lógico.

Y es que en los países colonizados culturalmente se tiene que recurrir a un código cultural ajeno, porque carecemos de uno propio. Felix Schwartzmann lo describía como mediatización.

"Es la imposibilidad de expresión y la necesidad de buscar medios ajenos, debido a que no hay una comunidad que nos agrupe y que nos brinde un lenguaje común."

Eso también se relaciona cona la necesidad febríl de mostrarse como más europeo que los mismos europeos, más pulcros, correctos y modernos, en fin: más occidentales que el mundo Occidental.

"No otra cosa hacen sino conjurar la pulcritud mediante el mundo limpio de la sociedad y la nacion, como si fueran sociedades rotarianas que afianzan un sospechoso sentimiento de cofradia, a base de murallas de principios, estatutos, constituciones y proyectos, para que todo sea firme y válido y se haga la tirania de la pulcritud y se aleje el hedor."

Pues el hedor se nos relaciona también con ese miedo primitivo ante el granizo, la sequía o la muerte, y de ésto no queremos saber nada.

La cita sobre las sociedades rotarianas me hace acuerdo de una anécdota parecida de autoría de José Manuel Briceño Guerrero, un filósofo venezolano, quien en su "Laberinto de los tres minotauros" contaba que en Venezuela hasta un club de futbol menos significante, de algún pueblo perdido o aldea, que a ratos no llega a disponer de los once jugadores para el partido del domingo, sí, dispone de un extenso estatuto, de reglamento de votación y las expecificaciones muy restrictas de como elegir o destituir el consejo administrativo. Todo esto para que nadie tenga duda de la moderna pulcritud de dicha asociación deportiva.

Lo propio ocurre en literatura: según Kusch, por demasiada importancia que se le da a la bibliografía que al texto mismo; según yo, por más importancia que se le da a la pureza de lenguaje y el vocabulario abundante, que a las ideas o historias que se quiere transmitir. De ahí tienes esos pulcrísimos, asépticos cuentos de Borges con su rebuscado vocabulario, pero a menudo: sin contenido.

Así que si viajar, pues que sea a la ciudad, y de preferencia: a París.


"París se me pareció mucho a Buenos Aires" —dice Ernesto, hijo de inmigrantes italianos. ¿Y Bolivia, no quiso viajar usted a Bolivia?, le pregunté. "Bolivia... —dudó un largo rato— Bolivia como que nunca me llamaba la atención."


Dos: volver a la naturaleza

En el segundo grupo tendremos a los que por un lado no se rebelan abiertamente contra el sistema, pues comparten (¿compartimos?) con él la creencia en la superioridad de la ciudad ante el campo y aspiran (¿aspiramos?) a ser alguien dentro de la sociedad citadina, pero que sin embargo experimentan cierta desilusión, sienten un vacío interior y sospechan que a la vida de la urbe le falta algo, y que ese algo posiblemente podrían encontrar buscando relacionarse más en vivo y en directo con un mundo real o natural, según como quien lo exprese. Nuevamente éste punto lo podemos ver característico quizas no para Argentina solamente, sino para el mundo modernizado Occidental en general, con la aseveración que en el entorno latinoamericano será Argentina el país con el mayor porcentaje de población urbana.

"Detras de nuestra apariencia encubrimos el siniestro planteo de un miedo primario. Se da en el desajuste entre aquello que creemos ser conscientemente y lo que somos detras de nuestra conciencia, o sea entre los instintos y la descarga o expresión de estos. Está en el plano del afán neurotico de estar haciendo un país y fingirnos ciudadanos, cuando en verdad tenemos conciencia de la falsedad de este quehacer y de nuestra profunda inmadurez."

Vivimos bajo un bombardeo constante de noticias sobre la bolsa de valores, el tal llamado "riesgo país", sobre el desarrollo y la modernidad. Mientras tanto la libertad se nos redujo a la libertad de elegir la marca de desodorante favorita en el estante del supermercado o —como lo dice expresamente la publicidad de una multinacional de cosméticos— a la libertad de escoger el color para teñirnos el pelo. Y nosotros escogemos nuestro color favorito y nos teñimos el pelo, libres de hacerlo como nunca en la historia, pero fuera de ello estamos estrictamente subordinados a las normas sociales impuestas: a un sistema de trabajo de dependencia y valores huecos del consumismo. ¿Quizás más que la libertad de elegir el color del cabello nos llenaría la libertad de aventurarnos hacia nuestro interior? Pues pese a la abundancia de productos que nos inundan desde el supermercado, desde la televisión y desde el celular, sentimos un vacío, falta de —otra vez— algo más allá, de algo más profundo, de una conexión real con el universo, con la naturaleza, con dios o con nosotros mismos.

"¿Sera que la objetividad ha servido para cancelar la importancia del sujeto? Algo de esto debe haber, porque el occidental necesita recurrir al oriente o al psicoanalisis para hallar su subjetividad."

Dicen que Buenos Aires es la ciudad más psicoanalisada del mundo. No sé si eso es bueno o malo.

Glorificamos a las ciencias exactas y las teorías políticas, pero por el camino nos perdimos a nosotros como personas. Nos preguntamos quizás: ¿cual es la seguridad que lo que inventamos es lo correcto, lo real? Presentimos entonces que toda esta maravillosa construcción humana llamada ciudad, civilización o democracia, no está basada en fundamentos demasiado fuertes que nos ofrezcan un apoyo seguro.

Para Kusch un sencillo campesino conserva más verdades estables que la élite intelectual (siendo él parte de la élite intelectual, por supuesto).

"Cree [el obrero] más en el pan y en el amor que la élite, porque facilitan en mayor grado la sobrevivencia."

Y es que el pan nos da sustento. ¿Y la bolsa de valores? Hoy sí, mañana — anda saber. Además: la bolsa de valores no tiene ni sabor, ni textura, ni olor a leña. Dice Kusch, que cuando en la tradición judeocristiana Jehová otorgaba a Moisés los diez mandamientos, eso sí que era algo seguro para el pueblo de Israel. ¿Puede la democracia capitalista ofrecerle a la sociedad algo parecido? Kusch lo duda mucho.

De ahí que muchos, sintiéndose perdidos en éste mundo de apariencias, desilusionados con su trabajo y sus quehaceres, y con una lista de preguntas sin respuesta, emprenden sus viajes para descubrir quienes son en su interior. Van a pequeños pueblos de Córdoba para participar en voluntariados y terapias alternativas (como Luisina), atraviesan África buscando desarrollarse como fotógrafos y encontrarse con la sencillez de la vida cotidiana (como Agustín) o simplemente agarran su bicicleta con la idea de llegar posiblemente lejos, a algún lugar distante a la ciudad, con mucha naturaleza y gente sencilla viviendo su vida real.



Luisina

Agustin



Tres: la negación

Ahora por fin tenemos a los que dicen que, sin lugar a dudas, todo esto no tiene sentido.

"Y, asi, en la plaza, sumergidos en el mero estar, vamos sospechando que toda esa ciudad brota de un simple amor de machos y hembras, que se han juntado para hacer tanta casa y tanta calle, pero que no vale la pena tanta mentira para confesar esa pequena verdad de nuestro pequeño y humilde ciclo del pan que no nos animamos a vivir. Y ahí está el barrio con sus colores y recuerdos y el aire preñado de duendecitos, que recogieramos en la niñez y la escuela y el primer amor. Y ahí estan de nuevo los grandes temas de la vida, el dios y las tinieblas y el diablo con quienes nos codeamos con picardia [...]".

Así que: al final no es ni la democracia, ni el desarrollo, ni la bolsa de valores; ni máquinas, ni objetos, ni ser alguien. Al final es el mundo dual de lo bueno y lo malo, las hembras y los machos, y el amor que los une.

"¿Por que? Porque no creemos en la continuidad, porque siempre son terceros los que hacen la continuidad de las hermosas cosas. Porque no hacemos sino irnos a la diversión como culpables, para luego, al dia siguiente, estar igualmente solos, sin saber nunca cómo remediar esto: eso de estar ajenos a la vida. Pero como seguimos viviendo, dejamos un hijo porque sí, trabajamos porque sí, caminamos porque sí y nunca por nosotros. Y así estamos como si hubiésemos devuelto a aquel mercader veneciano todas las mercaderias y nos encontraramos ahora con el almacen abarrotado de cosas y sin saber en que emplearlas. Ese es el aspecto occidental de America y es el motivo esencial de escándalo de todo inmigrante. Este se vuelca en sus cosas porque viene de una cultura que las ha creado y vive de eso pero descubre junto con nosotros que, al fin, de nada valen. Y cuando no se pueden emplear las cosas como se debe, es como si no hubiese nada, como si todo fuera vacío aunque el almacen este lleno. Y todo por este ayuno frente al mundo, esta abstención de entrar en la riqueza de cosas, para preferir la riqueza del camino interior, aunque se trate de consultar la propia y mísera vida. Sabemos que si hiciesemos lo contrario, terminariamos en el despilfarro o, lo que es lo mismo, en la guerra por los objetos o en el lanzamiento de cohetes interplanetarios para alcanzar la luna. Pero sabemos que no haremos ese viaje. Al fin y al cabo somos pobres y pertenecemos a esa porción de la especie que debe quedarse aqui y continuar en la antigua brega de siempre, luchando con las tormentas y la ira divina. [...] Y precisamente en esa pobreza vuelven a plantearse los grandes temas: bien, alma, dios, muerte, vida."

Y en otro lugar, de manera más breve: "No creemos en estructuras generales". Y ese profundo "no creer" lo encontraremos muy fácilmente justo en América Latina, pues ahí es donde esas estructuras —estatales, culturales o morales— vinieron de afuera, a fuerza, y no hay manera de creerles.

A modo muy parecido explicaba su punto de vista Matías de San Juan. En la larga entrevista que mantuvimos en mayo del año pasado me preguntaba si yo le podía dar aunque sea un solo ejemplo de un sistema económico, de algún país, que funcionara. Y no lo hay, abogaba, en algún momento todo sistema se va al carajo. El único sistema estable sería el que se da en un pequeño pueblecito de la montaña. Pues ahí, si un día tienes tres terneros, al otro día ocurre una crisis, devaluación u otro armagedon financiero, vos sigues teniendo los tres terneros, como si nada, y los puedes cambiar con los vecinos por bolsos de papa o navos.

Matías expresa una falta total de confianza en los gobiernos y reitera el problema de las crisis argentinas para afirmar que no vale la pena quedarse en casa, no vale la pena invertir en una empresa (pues junto con sus hermanos manejan una planta purificadora de agua) porque mañana, o cuando mucho: de aquí a 10 años vendrá una crisis y te lo va a quitar todo.

Así que ya mejor irse de viaje.

—Yo no creo en Macri ni en Cristina —me decía poco antes de las elecciones de 2019—. Yo creo en vos, en ella, en el vecino, en el verdulero de en frente. Creo en el barrio o en el pequeño pueblo en la montaña, y en la manera en la que nos podemos cuidar y ayudar entre todos.

Aquí ya tenemos una clara negación de verdades generales, sistemas sociales y la pulcra ciudad. Además de eso se nos asoma la cuarta de las cuestiones de la que vamos a hablar: la comunidad.

Matías de San Juan



Cuatro: la comunidad

"Los elementos claves del estar, como vimos en el yamqui [o sea: en el análisis de las creencias quechuas], son el sexo y la comunidad. Y el comunismo y el psicoanalisis son el síntoma de que la especie vuelve al sexo y a la comunidad, para prevenir la decadencia de la gran aventura intelectual que había emprendido el occidente. Ambos planteos vuelven a confesar una verdad primaria: la del retorno al fruto, por intermedio del sexo, que se ha perdido en el siglo XX [ojo que estamos citando un texto de 1962], y el retorno a la comunidad, que fue sacrificada en el mismo siglo por el individualismo."

Se ha repetido varias veces ya en las entrevistas con las viajeras y los viajeros argentinos: la historia de una juventud en los barrios citadinos donde nadie se conocía con nadie, luego el viaje en el que se encuentra un pequeño pueblito donde sí, todo el mundo se conoce entre sí, todos se ayudan y se saludan, y al final de la historia: la mudanza definitiva a éste lugar. No se si será casualidad, pero ésta narración se repite con más frecuencia entre mujeres: es el caso de Victoria de conourbano de Buenos Aires (ahora: Laguna Blanca, Catamarca), de Patricia de Buenos Aires capital (ahora: Barra de Valizas, Uruguay) y en cierta medida de Lucía (Córdoba).





Cinco: los rebeldes

"En este siglo 20., aquí en America, somos —o al menos creemos ser— muy diferentes a Atahualpa. Esgrimimos incluso un margen de superioridad que ayuda a marcar una respelable distancia frente al pasado indigena. Es lo que llamabamos el ser, que en éste caso se esgrime competitivamente como un ser alguien, a fin de no mezclarnos con el pasado."

Como ya mencioné en la primera parte, el sector más conservador de la sociedad argentina con mucho gusto se olvidaría de la historia precolombina, y con más encanto aún borrarían registros sobre tatarabuelas wichíes o bisabuelos mapuches. Durante largos años se venía estableciendo la idea de que la población originaria debería suscitar en nosotros un sentimiento de entre asco y desdén. Al cabo de tanto tiempo hasta los que concientemente no tienen nada en contra de los pueblos indígenas, en su inconciente lo acaban por creer. ¿Como lo veo? Pues cada vez que pregunto por los antepasados, primero escucho: que el abuelo francés, que la abuela polaca, que el otro abuelo italiano. ¿Y la otra abuela? Y... la otra abuela, bueno, eso no se sabe con certeza, pero dicen que era india de los tobas o no se quien.

A la simple vista se podría juzgarlo como una falta de cuidado por la memoria de las mismas comunidades criollas o indígenas. Y no, es más bien un alto cuidado por no acordarse de ellos de parte de la sociedad dominante europocentrista. Pues no es de buen gusto tener una abuela "salvaje" en la familia, ¿no es cierto? Me contaba de eso Carla de Florida, provincia de Buenos Aires. En su caso el ingrediente americano de la familia fue basicamente borrado de la memoria colectiva, y si es que se lo mencionaba, se mencionaba con desprecio. Carla misma —según confiesa— no se daba cuenta de ello hasta que la interrogué por los orígenes de su familia materna.

Carla de Florida


Por eso es que existe un amplio grupo de turistas/viajeros/aventureros/andariegos argentinos quienes toman por destino países o regiones con una fuerte presencia de culturas originarias, como lo son la provincia de Jujuy, Salta o Río Negro; como Bolivia, como Perú. Claro está que las causas de viajar a éstos lugares bien pueden coincidir con las mencionadas en puntos dos, tres y cuatro, pues si alguien se encamina en búsqueda de lo natural o lo comunitario, irá al encuentro de pueblos que conservan éstos valores. Sin embargo propongo ésta quinta categoría para los viajeros concientemente enfocados en la investigación de la raíz indígena de América. A éste grupo entraría —por ejemplo— Pancho, el último de los entrevistados, o Diego Perez, conocido del duo Tonolec y su proyecto solista Nación Ekeko, quien visita pueblos originarios e incorpora su música en sus mezclas electrónicas.




El punto crítico en la historia de Diego es cuando descubre que la música que va creando no dice nada sobre el lugar o comunidad de la que proviene (en éste caso es Resistencia, la capital de la muy indígena provincia del Chaco). Y ahí es cuando, a pesar de no contar en su linaje con ancestros precolombinos, enfoca su actividad en la música toba, guaraní o quechua.

—Siempre te dicen que lo nuestro no vale nada, y lo indígena, menos todavía —cuenta Diego.

Así que, como acto de rebeldía, en vez de ir a París o a Nueva York, Diego busca antiguas melodías en la selva de Misiones, en el Lago Titicaca, en el monte chaqueño.


Diego Perez de Tonolec

Aún no hemos terminado con los inmigrantes: todavía nos queda analizarlos desde un punto de vista nokuschiano, pero eso me lo dejo para otro texto.



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