¿Por qué el argentino viaja?

Me acuerdo bien de mi visita en Ayampe, una pequeña y no muy conocida localidad en la costa ecuatoriana. El pueblito está dividido en dos por un riachuelo de aguas tranquilas que baja desde los cerros que bordean la costa. La parte sur de Ayampe es su parte principal y es donde se ubican los pocos negocios y la mayoría de las cosas. ¿Y por otro lado del puente?, le pregunté a un transeunte de piel tostada y la tranquilidad típica de aquellos lares. Por el otro lado, me dice, es el barrio de argentinos.

La playa de Ayampe

Y es que están por todas partes. Venden artesanías en Ecuador, hacen malabares en Colombia, trabajan en hostales en la costa peruana y hacen dedo en Brasil. Los encontrarás tomándose selfie con la torre Eiffel, en vagones de metro en Londres y notarás su inconfundible acento en Barcelona. ¿Por qué las argentinas y los argentinos viajan tanto?, es la pregunta que me hacía.

Hay otra pregunta que —según me acuerdo— he tenido presente desde el principio de mis vueltas por el continente. Me decía: ¿cómo se identifican a si mismo personas con ascendencia tan compleja, como la que tienen los pueblos latinoamericanos? Teniendo entre sus tatarabuelos a negros y terratenientes, indígenas y dueños de las minas: españoles, wichíes, italianos y quechua-aymaras, ¿cómo logran elaborar una identidad propia? Habitando estados nacionales fundados a base de violencia, ¿cómo consiguen la paz interior?


Embriagados de Dios [título original: Pijani Bogiem] es una crónica periodística que trata sobre las tensiones en la frontera entre India y Pakistán. La había leído mucho antes de comenzar mi viaje por América Latina. Max Cegielski, el autor, describe la vida de dos hermanos, músicos rituales sufí, cuya familia ha migrado mucho a causa de los numerosos conflictos en la zona. Son ajenos al lugar donde viven, pero hacen un esfuerzo constante y hasta neurótico para pasar por locales. Cegielski observa —y es lo que mejor me acuerdo del libro— que los hermanos vivían una incesante incertidumbre, o mejor dicho: una inseguridad personal irremediable, la que por supuesto escondían bajo una seguridad aparente.

Ahí fue que caí: ¿no será que es eso lo que me pasa a mi?

Pues si bien Polonia, mi país, brota de una historia bastante diferente que Argentina —sin las colonizaciones españolas ni la gran migración europea del siglo XIX— en los últimos doscientos años experimentó un profundísimo cambio en su composición étnica. A eso se agrega la reciente historia de la segunda guerra mundial que —aparte de la tan conocida cantidad millonaria de muertes— implicó masivas migraciones internas. Estas, para muchos, acabaron con la identidad regional. Mis cuatro abuelos, por ejemplo, provienen de cuatro rincones diferentes del país: y no es que sea éste un caso atípico en Polonia. También en mi corta vida he viajado bastante —caminando, a dedo, ahora en bicicleta— y eso tampoco es cosa rara entre los polacos. Es más: si ves a un joven haciendo dedo por las carreteras de Serbia o Alemania, existe una muy alta probabilidad que éste sea un polaco. De manera que los polacos son, en éste sentido, los argentinos de Europa. Digamos.

(Ofreciéndoles una explicación aún más detallada sobre mis antipasados pues resultase que mi abuela paterna nació en lo que ahora es parte oeste de Ucrania. De ahí es que cuando en 2010 nos largamos con dos amigos a trepar por las aún bastante desconocidas para aquel entonces montañas ucranianas llamadas Gorgany —muy cerca, por cierto, del pueblito natal de mi abuela— alucinaba yo que sí, sí, ésta es mi tierra, de aquí vengo. Y es que —creo yo— todos necesitamos pertenecer. Al oeste ucraniano volvía luego en dos ocasiones más. Hacia ahí también se encaminó mi último viaje fuera de Polonia antes de venir a América del Sur.)

El joven alucinando
De manera que tenemos: (1) un asunto personal con la identidad y el viaje, (2) una pregunta relacionada a la identidad latinoamericana que me viene persiguiendo desde el principio de mi camino por el continente, (3) un pueblo —los argentinos— que por su historia puede llegar a tener una indecisión identitaria bastante aguda y a la vez se caracteriza por viajar muchísimo (dos cosas que —según sospecho— tienen algo que ver una con la otra), (4) el antecedente audiovisual: pues ya he filmado con cierto éxito un documental de largometraje, aquella vez: sobre Paraguay.

Además: estoy por terminar mi viaje, un viaje-vida, un camino que se extendió a más de seis años. No lo podría terminar así no más. No podría terminarlo tampoco sin responderme la pregunta tantas veces mencionada. Ya ven que no es que lo quiero hacer. Es que lo tengo que hacer. Y aquí me tienen realizando el documental ¿Por que el argentino viaja?


Je







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